15 de diciembre de 2009

Cerisol; mariposa negra que vuela en mi mente


Que si el amor eres tú o es el que ama. Que el amor no existe o que simplemente es cosa de habituarse a la idea de que el amor es ese que despierta todas las mañanas a tu lado y que sabe que la boca te huele a camembert. Un día más, un día más. El amor es entonces el tiempo...

Al contrario, tú rompes la estructura de mi tiempo y avanzas en mí cerrando las puertas del espacio. Y yo no puedo mas que hacer lo mismo porque la realidad es que la palabra no nos une. Mariposa en mi mente: cerisol, le mot que escribiste en mí. No la parole, le mot.

Sí, hablamos, y mucho, algunas veces. Pero siempre caemos en un juego sin sentido: exhalación de las perras negras « ... ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo », dijo Cortazar un dia. ¿Dije "dijo"? Me equivoco entonces. Cortázar no lo dijo, lo escribió. Lo escribió en mi mente y yo lo traduje: mariposas negras que vuelan en mi mente: Les mots.

Poco a poco, hemos comenzado a hablar menos y a escribir más mientras hablamos.

Précision. De eso se trata entre tú y yo. Précision al hablar, al decir algo y, al final, terminamos hablando sin sentido pero con verdad. ¿Qué verdad? Pues la nuestra. La verdad de ser dos y no uno: de ser dos y no uno.

"Ese lugar en donde hay jardines", me dijiste un día, para decirme que ahí tú querías llegar. "Pero si ya estas ahi", te dije; porque tú los dibujaste con sólo nombrarlos. Sin embargo, los jardines de mi mente, para mí son laberintos en los que me he ido perdiendo poco a poco, porque olvidaste hablarme del plano.

Pero dime más, eso me abre algunos caminos en el laberinto; dime más. Palabras, mariposas negras, palabras, pariposas, palariposas negras. Hablas como si escribieras todo el tiempo. Cuando hablas escribes en mí todo el tiempo. Me escribes historias y me inscribes en tus historias: Jardines, cerisol, ojos de perro azul. ¿Recuerdas ese sueño que alguien hace cuento?

Esas palabras, « ojos de perro azul ». me llevan a tí. Eres así, como un sueño en mi vida del cual sólo puedo recordar palabras, frases; casi nunca diálogos. Pero, en realidad, ¿quién dialoga? A veces pensamos que es posible que eso tenga lugar en el tiempo, pero yo no lo creo, y contigo lo compruebo y eso me apasiona.

¿Por qué no nos cansamos de decir cerisol mientras nos miramos y reimos como idiotas, como si esa palabra tuviera un sentido para ambos? Pero es verdad, en ese intante, en el que explotamos en risas, tiene sentido. Por eso quiero dormir y soñar contigo.

Las perras negras (Pt 2)

Y es justo en ese momento, a mis escasos nueve años, pise por vez primera (y no por última) la tierra de la “anormalidad”, de lo bizarro, que se califica según el sentido común como perteneciente al ámbito de la locura. Cuando un niño toca dicho ámbito, aún el mundo de la “normalidad”, guarda la esperanza del retorno a la cordura y por ello se juzga de manera menos punitiva; pensando que aquello pasará a ser parte de las anécdotas simpáticas que alegran una tarde de reunión familiar.

Y es justo en ese momento, como les decía más arriba, (suelo desviarme del tema, a causa de la pasión que experimento por la escritura, que a pesar de ir más lentamente que el pensamiento, es sólo ella en la que se puede dejar huella del mismo, dejar huella...) en donde decidí conquistar el cosmos de los muros blancos: piel porosa que absorbe complaciente a las perras negras que me poseen para atrapar lo real del pensamiento.

Primer ultrajo: los muros blancos de la casa de mama. Y aquí es, en donde todo el escrito anterior, se explica. Yo había escuchado ya aquella lengua que no me pertenecía, ni a ellos tampoco. Ambos, mis padres, la habían adoptado en una época, que no importa ahora. Pero importa que diga que no importa, porque al final esa lengua eran sonidos que escapaban a mi comprensión. Yo los atrapaba, los repetía, los regurgitaba, los clasificaba, los repudiaba, etcétera. Siempre tuve la impresión de que se servían de esa otra lengua, justo para no comunicarme nada. Pero yo intentaba comprender el sentido de aquellos sonidos. Invención. ¡Vaya! La imaginación que yo tenía en el aquel momento para darle sentido a los sonidos según el contexto en el que eran pronunciados.

Así aquellas palabras eran para mí una especie de candado de seguridad que protegía valiosos secretos a descifrar. Entre una frase y otra, mi madre solía meter el candado. Por ejemplo: estaremos forzados a démenager el mes próximo. DEMENAGER. Palabra-candado de la cual su significado, me seria develado un mes más tarde con estragos en mi vida.

Pero voilà la sorpresa de la escritura que se me revelaba. La clès para descifrar. Así es que lo que oía lo escribía creyendo que con la prueba fehaciente de las letras encontrarla así el sentido. (CONTINUARÁ)


Magnolia González Rodríguez, Psychologue, etudiante de master 2 en psychanalyse à l-université de Paris 8 Saint-Denis.

12 de diciembre de 2009

Perras negras y transparentes de cualquier raza


Dicen que fue la amiga de un amigo que, a su vez, estaba emparentado con no sé quien. En fin, no importa, sus palabras llegaron a mí de cualquier manera. Su momento de filosofía traspasó el tiempo y su conclusión fue la siguiente: “Todos los extranjeros, vienen (a Europa) escapando de algo y tienen un secreto”. Categórica aseveración que trataremos de ejemplificar.
Para la mayoría de extranjeros en París esta implicaagarrarse a otra lengua y , para muchos, a otras letras.
Eso me llevó a pensar, de inmediato, en Anton, un compañero ruso de la facultad. Hablábamos de ortografía y él me dijo que los acentos en francés no eran su fuerte: “no es porque no sea capaz de diferenciarlos al oído, sino que me implica mucha concentración el transformarlo en un signo al escribir”.
Esa condición se traduce, en él, en un desgano que llega hasta los “momentos de prueba” (y estrés) que son tan importantes en Francia: los textos organizados me-tó-di-ca-men-te, debidamente acentuados y argumentados que validan los semestres.
Al él le da igual, no pide reconocimiento, está un poco cansado y comienza a extrañar la naturalidad de hablar su propia lengua y de escribirla sin reflexionar todo el tiempo. Esto parece incoherente con el hecho de que estudió traducción francesa en su país, pero tiene sus razones para provocarle ese sentimiento un poco amargo que se escucha en sus palabras
En Rusia, hasta la fecha, es necesario que, a los dieciocho años, se haga el servicio militar. Este consiste en dos años de internado para todos los jóvenes. Anton, proveniente de una familia de clase media, donde las leyendas de los malos tratos, abundaban, no concuerdan con su espíritu más bien pacífico. Es por ello que optó por buscar las maneras de evitar cumplir con lo que su país le pedía por ley.
Opción número uno: Estudiar la Universidad: lo hizo. Pero al final estaba aún dentro del rango de edad que lo obligaba al servicio y debió tomar otro camino.
Opción número dos: Partir al extranjero hasta cumplir los veintisiete años.
Llegó a París a los veintiuno, tiene veinticuatro: le faltan tres.
Opción alternativa: Casarse, pero dice que no es su tipo, no antes de regresar a Rusia y tener un trabajo estable, en sus propias palabras.
Quizás es por eso arrastra sus palabras escritas, no es minucioso en su pronunciación, pero él sabe hasta qué punto puede jugar al extranjero, y sabe tomar entonces las palabras exactas y pronunciarlas con transparencia: conoce muy bien el francés.
En tal vez a causa del trabajo, que parece acostumbrado a todo. Hace tres años que cuida a los niños de una familia con quien ha vivido todo este tiempo. A cambio, recibo un salario y le es rentado un estudio de unos veinte metros cuadrados. No tiene excesos pero vive bien.  Sin embargo, el cambio de estatus le es un poco penoso.
Él sabe que en Rusia estaría ejerciendo su carrera, que sería quizás profesor,o trabajaría en algo en el medio de la lingüística. Pero tiene que esperar y, para armar la otra parte de su vida, estudia letras francesas sin mucha convicción. Está cansado.
Dice que ha tratado de escribir en francés, no cuentos ni novelas, sino simplemente escribir alguna nota para su novia, que es también rusa, o un pensamiento. Ha tratado de hablar en francés con ella, pero acaba dejándolo porque, en su opinión, ella exige demasiado detalle.
Al separarnos una noche de viernes, después de beber unas cervezas bajo el puente de la foto - que de otra manera no tendría relación con estas palabras-, cada cual tomó su camino y volvió a su burbuja personal de palabras internas – la lengua materna-, en oposición a las externas - la otra lengua. Cada cual con su relación, escogida o impuesta, con las perras negras o con las transparentes; cada quien tiene su secreto.


Pavel García Gatica
pavelggg@hotmail.com

8 de diciembre de 2009

Las perras negras (Pt 1)

¿Mi necesidad de dejar marcas por doquier? Se remonta a una época que no puedo evocar con exactitud, pero que, gracias a la escritura, puedo reconstruir, inventar, sin que por ello se trate ni de “verdad”, ni de “mentira”; sólo ficción. La que cada uno se hace de sí mismo.

En aquella primera infancia, borrosa a mi memoria, dejar marcas era únicamente eso: fijar en papel manchas amorfas, líneas que perdían de inmediato su continuidad apenas trazada. Pero ese mundo disimétrico, contenido en un rectángulo blanco, procedía de mi mano.

Tiempo después, cuando ya tenía una edad suficiente para ser juzgada según los parámetros de “normalidad social”, mi afición por aquellas marcas devino en pasión por las letras. Y cuando digo por las letras no digo por las palabras, ni por la escritura. Eran las letras quienes se me ofrecían con todas sus posibilidades combinatorias.

Una implosión tuvo lugar en mí.

Y+O= Yo

Esa simple operación me permitía ubicarme en un más allá de la palabra. Porque ese YO, que era YO, existía también en la hoja blanca, a pesar de mi ausencia física.

YO era mi m+a+n+o que a su vez era la t+i+n+t+a.

De mi pasión por las letras a mi pasión por la escritura sólo fue cuestión de un corto recorrido en el tiempo. De mi pasión por las letras a mi pasión por la escritura...

Las hojas blancas, suaves y lisas comenzaron a devenir una provocación para mí. Me retaban abiertamente a imprimir sobre ellas las ideas que se desbordaban en mi mente. Así que escribí sobre todo aquello que tuviera forma rectangular, formato generalmente A4. El formato más tarde tomaría una importancia especial en mi historia.

Es así como el cosmos de las hojas de papel bond en casa fué poco a poco conquistado por mi mano-tinta. Mi madre se sentía con ello un poquito desconcertada; entonces, sin atreverse a castigarme (no había manera de argumentar lógicamente el porqué del castigo) se limitó a proponerme la realización de otras actividades.

En aquella época estuve completamente de acuerdo con ella, sobretodo porque aquello ocurrido con las hojas de papel bond había sido ya una batalla ganada. Sin embargo, un vacío se apoderó de mí después de aquel triunfo. La sensación de que otro nuevo cosmos podía ser conquistado no desaparecía de mi mente. (CONTINUARÁ).

Magnolia González Rodríguez, Psychologue, etudiante de master 2 en psychanalyse à l-université de Paris 8 Saint-Denis.

Los Roms llegaron a mi barrio (Pt 3)

Algunos rumanos, que no son Roms, que he conocido por las calles de París, demuestran que se puede venir a trabajar a esta parte de Europa, de la misma manera en que un migrante mexicano va a Estados Unidos, para ganar dólares que se multiplican con el nivel de vida del otro lado. Sólo que en este caso, es de forma legal. Esto quiere decir que los Roms, aquellos que vienen de Rumania, podrían, con su documento de identidad, conseguir un trabajo.

Sin embargo, hay que tomar en cuenta la escisión cultural, a ellos no les interesa, no dejaron a nadie en ninguna parte, están juntos, y no necesitan multiplicar divisas, sino conseguir lo que sea suficiente para pagar las cosas al precio del lugar donde están. A algunos pueblos les parecen holgazanes, pero es, simplemente, una forma de vida que se han forjado, fuera de todos los sistemas sociales que han vivido. En Persia se les conocía por ser un pueblo que se negaba a vivir de la agricultura. Es normal, porque para cultivar hay que quedarse. El nomadismo renació en ellos, cuando los pueblos del mundo eran ya sedentarios.

Es cierto que la cantidad de mujeres y niños que piden limosna se ha multiplicado por diez en las calles del barrio (haciendo la competencia a los mendigos habituales que han sido desplazados en pocos meses); es también cierto que algunas carteras habrán abandonado ciertos bolsillos; pero en algún lugar deben estar. Ahora encontraron este recoveco, entre paredes de edificios llenos de migrantes.

El municipio no los puede correr porque el invierno se acerca. Eso marca la ley, si ya están aquí, tienen derecho de quedarse hasta que el frío cese. De otra manera, el gobierno sería responsable de un acto inhumano para con grupo en “dificultad” – eufemismo político que les sirve para poder instalarse unos meses y aprender a jugar rápidamente el juego, para poder comer.

En una ciudad tan ajetreada, tan reducida, tan apretada, tan veloz, como cualquier metrópoli, no se sabe cómo, pero siempre pueden entrar más. Las piezas se acomodan de otra manera, pero la rueda social sigue girando, y termina por amortigua su llegada. La prueba es que no mueren de hambre y que no se van.

Me he acostumbrado, en pocos meses, al rostro de algunas mujeres gitanas, por el detalle de un diente metálico, o por un rasgo: pupilas casi amarillas que recogían una almohada del suelo, y me voltearon a ver; un Rom borracho que quería charlar, pero que sólo sabía hablar su lengua y que parecía estar convencido de que yo le comprendía.

Las instituciones locales actuaran de acuerdo a la ley; el dueño del terreno invadido recuperará su pedazo de tierra, quizás sólo un poco pisoteada y llena de desechos (que fueron casas). La gente del barrio se sentirá menos amenazada (mi casero, por ejemplo, aseguraba que sólo esperaba el momento en que le robasen materiales que usa en para su empresa de construcción, y que están a la vista por el portal de entrada). Las piezas se reacomodarán y, por algunos meses, los Roms seguirán siendo una historia de barrio para llenar pláticas: “¿Ya te diste cuenta que los Roms ya se fueron? Sí, qué bueno. ¿Qué tal tu día?...” Y un tiempo después, ya nadie se acordará de ellos. A menos que regresen.


Pavel García Gatica, estudiante de Letras Francesas y residente parisino.

1 de diciembre de 2009

Los Roms llegaron a mi barrio (Pt 2)

Los Roms conocen los límites, no se meten con la policía; nunca retan a un guardia en una estación cuando los echa fuera. Ellos juegan al gato y al ratón: si los sacan, dejan pasar unos minutos y, cuando el guardia se ha distraído, vuelvan a entrar para pedir dinero a los pasajeros que esperan su tren. Es un buen lugar, los que viajan, forzosamente tienen dinero. Pero también los acordeones se multiplican en el metro, los saxofones, las guitarras, los violines, los clarinetes, los panderos: quid pro quo.
La mayoría de las personas integran, como parte de su imaginario, de su concepción de su ser, una nacionalidad, un suelo, un punto en el mapa. Los Roms, parecen haber salido de ninguna parte, en un momento impreciso.

Se han diseminado por toda Europa sin que se pueda decir con exactitud cuando se conformaron como grupo social. Es a través de investigaciones antropológicas e históricas, que se sabe que alrededor del siglo X, fueron exiliados de la ciudad de Sind (actual Pakistán) por algún califa – ya que durante ese tiempo, el imperio hindú estaba bajo dominación árabe. Su primera salida, al borde del rio Indus, partieron hacia Persia, donde eran conocidos por sus dotes musicales y esperaban poder quedarse por ese oficio y arte.

El viaje comenzó entonces, quizás en de busca de una tierra, intangible y que se les volvió inalcanzable, que los ha llevado a desarrollar formas de convivencia y de integración a las diferentes sociedades que han conocido durante once siglos. Su existencia se relaciona con el cambio de lugar.

No se puede decir que al emprender el primer viaje buscasen algo preciso. Sin embargo, la mayoría de los pueblos buscan su espacio, luchan por él, van a la guerra por su suelo. Los Roms podrían ser el resultado de una lucha a la que no pudieron, o no quisieron asistir y prefirieron el camino.

Después de ese primer viaje, la vía de la migración perpetua se volvió la única forma de ser (por convicción o imposición del medio, el resultado es el mismo): no se quedaron en Persia, algunos se fueron hacia el sureste y Egipto, otros más hacia el Noroeste y Europa.

Existen diferencias como en cualquier grupo social que es, sólo en parte, homogéneo, ya que al interior siempre existirán subgrupos hasta llegar a la familia y el individuo. Y por los lugares en los que han estado, donde han nacido, aunque luego se vayan, se les otorgan nacionalidades parciales, que tienen que ver con las diferencias culturales que desarrollan, como lo son los dialectos del Romi.

Los hay, por ejemplo, de España, llamados gitanos (nombre que proviene de “egiptano” ya que se creía que provenían de este imperio), Romanichel de Francia, Manuschen para los germanos, Gypsies para los británicos – los tres últimos términos, provenientes de la época de las Cruzadas.

A España no llegaron sino hasta el siglo XV. Un siglo después, la Corte de Castilla lanzó un mandato “para separar a los gitanos de las gitanas, a fin de lograr la extinción de la raza”. En otros lugares de Europa, durante el mismo siglo, se practicaba su esterilización. Hasta el año 1943 figuraba en el Código de la Guardia Civil española, que debía vigilarse con especial atención a los gitanos.

Situaciones de ese tipo forman parte de la historia de este pueblo en todos los lugares en donde han estado.

Con la entrada de Rumania a la Comunidad Económica Europea, el documento nacional de identidad de dicho país, se ha cargado de un sinfín de visas para toda Europa. El dique se ha abierto y un mayor flujo de Roms se ha extendido de forma legal. (Continuará).

Pavel García Gatica, estudiante de Letras Francesas y residente parisino.